Por Ana Carbajosa
Síntesis de un artículo publicado en el suplemento “Ideas” del diario EL PAÍS
En las calles del centro de la ciudad de México, en especial en las esquinas de Madero y avenida Juárez con el eje vial Lázaro Cárdenas, una colección de hombres y mujeres con la nuca doblada miran las pantallas de sus celulares y leen al ritmo que marcan las yemas de los dedos que suben y bajan.
Esta imagen se repite en los vagones del metro, en las salas de espera de los médicos, en los supermercados. Leemos mucho, a todas horas y a trompicones. El cambio de forma de leer y procesar la información se ha convertido en una creciente fuente de observación y preocupación entre neurocientíficos y psicólogos, que temen que nuestra capacidad de concentración y de leer en profundidad este mermando.
Los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en Internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra, junto con la expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes, han cambiado no solo nuestra forma de leer, sino también nuestro cerebro. Dicen incluso que el actual es un momento histórico, comparable a la invención de la imprenta o incluso de la escritura, y sugieren que ha llegado el momento de retomar el control de nuestros hábitos de lectura.
Investigaciones científicas de todo el mundo apuntan en esa dirección. En Europa, más de un centenar de expertos suman fuerzas en una plataforma con la que pretenden desentrañar los efectos de la digitalización en los distintos tipos de lecturas. Anne Mangen, del Centro para la Investigación y la Educación Lectora de la Universidad de Stavanger, en Noruega, y presidenta de la plataforma europea E-Read, ilustra la preocupación y el interés por el asunto al decirnos: “Casi cada día tenemos investigadores que quieren sumarse al proyecto. Hemos tocado nervio”.
Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad de Tufts, en Estados Unidos, es un referente de la materia. “Temo que la lectura digital esté cortocircuitando nuestro cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda, crítica y analítica”, y agrega, “Nuestra mente es plástica y maleable y es un reflejo de nuestros actos. Las investigaciones nos dicen que ha disminuido mucho nuestra capacidad de concentración. Los jóvenes cambian su atención unas 20 veces a la hora, de un aparato a otro. Cuando se sientan a leer, tienden a reproducir esa lectura interrumpida y en zig zag, Tenemos que ser conscientes de que estamos en medio de un cambio profundo”.
Wolf cree que el momento histórico que más se asemeja a la revolución actual fue la transición de los griegos de la cultura oral a una centrada en la escritura. Sócrates protestó contra la cultura escrita, porque pensaba que la cultura oral era el único proceso intelectual capaz de probar, analizar e interiorizar conocimientos y de conducir a los jóvenes a la sabiduría y la virtud. Las ideas escritas, creía, dificultarían este proceso.
En 2010, David Nicholas presentó con la University College de Londres un estudio que dio la vuelta al mundo y que puso el foco en lo que llamaron “la generación Google”, y que concluyó que los nativos digitales, nacidos a partir de 1993, eran más incapaces de analizar información compleja y más propensos a leer a toda prisa y de forma superficial. Desde entonces, los teléfonos inteligentes y las redes sociales han ocupado parcelas y minutos de nuestras mentes antes liberados. “Neurólogos y psicólogos confirman ahora que aquel diagnóstico no ha hecho más que empeorar. Nuestro cerebro ha perdido capacidad de concentración. La gente ya no quiere leer largo y profundo. El cambio es rapidísimo, y los teléfonos inteligentes han acelerado este proceso porque hacen además que la gente lea en movimiento, lo que supone una distracción adicional. Las implicaciones para nuestra cultura y nuestra sociedad son inmensas”.
Andrew Dillon, catedrático de Psicología de la información de la Universidad de Austin, en Texas, es otro de los grandes estudiosos del fenómeno y no alberga dudas de que “asistimos a un cambio de nuestra forma de leer. Durante siglos apenas ha habido modificaciones. Aprendíamos a leer y a lo largo de nuestra vida íbamos perfeccionando esa habilidad. Ahora todo es diferente. Vamos saltando de un vínculo a otro. Leemos mucho, pero de una forma muy superficial. Como sociedad, estamos perdiendo la capacidad de formular ideas profundas y complejas. Corremos el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y fragmentada. Tenemos que dar a la mente la oportunidad de manejar ideas complicadas”.
Lector, ¿sigue ahí?
Los expertos como Maryanne Wolf recomiendan un tiempo diario de desconexión. No solo basta coger un libro. Hay que alejar el celular y la tableta para no caer en la tentación. “Es importante reservar un tiempo cada día para leer desconectados de Internet. Hay que hacer un esfuerzo consciente”, aconseja Dillon.