Por Agustín Sánchez González
Publicado en el suplemento CONFABULARIO de EL UNIVERSAL de la Ciudad de México
Mirar la caricatura nos permite tener nuevas lecturas de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestro arte. Las recientes exposiciones de caricatura presentadas en el Museo del Estanquillo, dedicadas a Santiago Hernández, Andrés Audiffred y ahora a Ernesto García Cabral, representan un hito en el rescate de la caricatura mexicana.
Estas muestras son, sin duda, una manera de corresponder y dar continuidad a las inquietudes que siempre tuvo Carlos Monsiváis por este género que, hasta antes de él, pocos intelectuales se habían preocupado por conocerlo, estudiarlo, valorarlo y, lo más importante, difundirlo.
La muestra El Universo estético de García Cabral es celebratoria, sin duda, pues nos regala más de cuatrocientas imágenes de este artista, nacido en Huatusco, Veracruz, en 1890; la obra de García Cabral significa una continuidad de las grandes obras de los caricaturistas del siglo XIX pero, a su vez una ruptura, la misma que se da en buena medida gracias a su estancia en París y Buenos Aires que le permitió acercarse en vivo y en directo a otras maneras de mirar el mundo, a un encuentro con una estética vanguardista durante los años que moró por Europa, al lado del Río Sena donde se encontraría indudablemente, con las claves con las que consolidaría una carrera que ya estaba en pleno apogeo y desarrollo pues su obra de la revista Multicolor, y antes en La Tarántula, y Frivolidades, realizada cuando apenas tenían veintiún años, ya lo había colocado en el piánculo de la caricatura y el arte mexicano, pues sus trazos rompían con la obra que se había gestado hasta ante de él.
García Cabral fue un adelantado a su época, en término estéticos. Resulta emocionante mirar tanto las obras calves de su primera época como caricaturista, hasta aquellas que pintó en los años sesenta, pocos años antes de morir, en agosto de 1968.
Con una buena circulación se puede transitar por los diversos espacios de los dos pisos que abarca la muestra. El esquema costumbrista, para seguir con mi lectura, no me parece que esté sólo dentro de ese ámbito, sino en toda la muestra. Sin embargo, el traslado de García Cabral a París le dará una vuelta de tuerca; su vínculo con la vanguardia, el compartir imágenes a las que pocos caricaturistas mexicanos tendrían acceso.
La salida de Ernesto García Cabral becado rumbo a París, en un momento tan complicado y de definiciones históricas cuando, a pesar de sus 22 años, ya era un caricaturista incómodo y su ulterior retorno a México, cinco años después, lo convirtió en uno de los artistas más originales, en un personaje al que todos los jóvenes moneros querían imitar, entre otras cosas, porque el propio “Chango” García Cabral, generoso, solía aconsejarles que lo copiaran; así lo cuenta Armando Guerrero Edwards en una entrevista para Excélsior años después. Ello generó, pues, una tendencia en caricatura: querer ser como el “Chango”, un fenómeno que décadas después se repetiría con Abel Quezada o con Rogelio Naranjo.
“A los moneros más jóvenes el propio ‘Chango’ García Cabral, generoso, solía aconsejarles que lo copiaran”.
El costumbrismo del que se nutrió Ernesto García Cabral surgió de las plumas de los grandes escritores y de los artistas plásticos finiseculares. Su caricatura e ilustración, son una lectura del ser del mexicano, con su ironía, su dejadez, su pachanga; es una manera de vernos, retratarnos y conocernos, de frente al espejo (o de los espejos) de los que somos, como lo que fue la Garita del castillo de Chapultepec, una sala llena de espejos donde cada uno de ellos, nos muestra nuestra figura deformada y nos hace encontrarnos, al final, con nuestra verdadera figura.
Si bien no toda la caricatura es arte, todo Cabral lo es. Las cuatrocientas obras que componen la muestra son, en efecto, un universo estético, una espléndida selección que nos permite un acercamiento al arte mexicano a través de la caricatura: Ernesto García Cabral, por derecho propio, es uno de nuestros grandes artistas y su inserción o clasificación es lo de menos.
Chocan y desconcierte, empero, algunos dibujos que un visitante no capta al mirar varios espacios de la muestra pues tienen (ni contienen) explicación alguna; por ejemplo una caricatura de Antonio Arias Bernal inserta en el módulo de policías y ladrones, o el Payo, un pequeño cuadro de Andrés Audiffed en medio de unos “charros” y que confunde al visitante, entre varias más cuya presencia me parece no tiene razón de ser en el caudal y la vorágine que representa la obra de Cabral, ni siquiera como un respiro.
Cuatrocientas caricaturas, ilustraciones donde es posible toparnos con los vecinos de la esquina, los que celebraban una posada de fin de año, con la changuita que va al pan, el peladito, los fifís, los fufurufus, los estirados, al lado de los payos y sombrerudos y muchos más que transitaban (y transitan) por las calles de esta ciudad, que chancletean por la acera que circunda este espléndido Museo del Estanquillo.
Hay muchas genialidades, destaco Un espectáculo edificante (1918) lápiz graso sobre papel, que evoca a Daumier, el artista francés, conocido como el padre de la caricatura.
Por lo demás, es un festín mirar las caricaturas realizadas por Ernesto García Cabral a lo largo de seis décadas, un artista cuyo lugar en el arte mexicano se significa por su originalidad y muestra que, discusiones aparte, la caricatura es una expresión estética a la altura de cualquier otra y que Estesto “el Chango” García Cabral, hace de la caricatura, un acto sublime.
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